Salió de África a España y su misión de vida le tenía reservado su destino en Maracaibo

En plena travesía aérea sobre el Océano Atlántico, la Hermana Jeannette Makenga Nguahungu, supo de boca de su acompañante, la Hermana Superiora, Emma Limorte (+), que su nueva casa sería la ciudad de Maracaibo, capital del petrolero estado Zulia

Cuando era una adolescente en su pueblo Ilebo, en la República Democrática del Congo, ubicada en el África central y occidental, su admiración por la obra social que desplegaban en su país las religiosas belgas de la orden, «Inmaculado Corazón de María», tocó la profundidad de su alma y despertó en ella una inusual admiración que iluminó su rostro y le reveló cual sería en adelante su misión de vida que la trajo a Maracaibo a la edad de 28 años.

En su etapa de joven, cuando ya tenía bien definido cual sería su camino, entró a los 22 años a formarse como guía espiritual en la comunidad de las «Misioneras del Cristo Jesús» en Kinshasa, capital del Congo, dirigidas por religiosas españolas.

En ese lugar Jeannette Makenga Nguahungu estudió durante cinco años. A los 27 viajó a Zaragoza, en España donde en un año logró aprender la lengua española, porque su idioma de origen, el francés, no le sería de mucha utilidad en el nuevo domicilio que tendría en América del Sur.

El país destino ya sabía que era Venezuela, pero no así cual sería la región, estado o ciudad de la patria del Libertador Simón Bolívar donde estaría radicada. En plena travesía aérea sobre el Océano Atlántico, la Hermana Jeannette Makenga Nguahungu supo de boca de su acompañante, la Hermana Superiora, Emma Limorte (+), que su nueva casa era la ciudad de Maracaibo, capital del petrolero estado Zulia.

Ella es la protagonista de esta VIII entrega de Los que llegaron al Zulia y se quedaron. De esa revelación han transcurrido muchos años, 30 de ellos la tienen entregada en cuerpo y alma, luchando día a día por la población más vulnerable de la etnia wayuú en la barriada Etnía Guajira I, parroquia Venancio Pulgar al noroeste de Maracaibo.

Vivir entre los más pobres

Llegar a la barriada Etnia Guajira I a cualquiera le parecería estar en otro lugar del mundo de un cuarto o quinto país subdesarrollado. La pobreza y miseria puede observarse a cualquier dirección que dirijamos la mirada.

Sin embargo, en medio de tantas carencias, necesidades y penurias, existe un oasis, digamos, entre «la nada» que en esas comunidades la gente conoce como Centro de Protección Integral del Niño, Cepín, donde la Hermana Jeannette Makenga Nguahungu es su coordinadora general.

Es una construcción levantada tres décadas atrás en una parcela adquirida por el esfuerzo de ciertas personas, verdaderos samaritanos, entre gente con posibilidades y algún que otro empresario que dona alimentos imprescindibles que, sin embargo, no son suficientes.

Ese noble gesto de caridad permite que hoy 510 niños en edad preescolar, niños y niñas que cursan del 1ero. al 5to. grado de primaria, adolescentes que aprenden a leer y escribir y algunos adultos puedan alimentarse.

Una sola vez, nada más, cuando tres comidas son las recomendadas que una persona debe consumir, porque «comer sano y balanceado es crecer saludable» tal como dice una leyenda en los murales de entrada al Cepín.

Necesidades que crecen a diario

La Hermana Jeannette Makenga Nguahungu no disimula la emoción cuando trata que en su narrativa no quede nada por fuera. El brillo de sus ojos revela casi una frustración que no la doblega, cuando ella, una mujer de color, dueña de un corazón grande, noble, limpio, solidaria en todo momento, sabe que es la voz de los que no tienen voz en 35 comunidades pobres de las parroquias Venancio Pulgar e Ildelfonso Vásquez.

No a todos los más vulnerables de ambas parroquias sus brazos pueden abrigarlos. Es consciente que son mayores las necesidades que las respuestas, especialmente en la alimentación que a diario le resuelve una comida a pequeños en edad preescolar de los que son atendidos en el Cepín.

En esa institución un pequeño ejército de heróicas mujeres la acompañan en las aulas de clase enseñando a leer, escribir y a evangelizar a esas criaturitas que en sus rostros dibujan la inocencia de una realidad que golpea a la infancia mas pobre.

También las promotoras que cumplen distintas responsabilidades o las que desde la cocina preparan un menú diario de comida aderezada con amor, solidaridad y afecto por esos infantes que nutren sus cuerpecitos con proteínas, carbohidratos y vegetales. Eso, claro, dependiendo del inventario disponible que les permita combatir la desnutrición.

Que decir de la docente que en su faena diaria le crea el hábito a los menores de lavarse las manos antes de comer a la 1:pm, cuando muchos llegan de sus hogares con el estómago vacío para después entrar a sus clases hasta las cinco de la tarde.

Una frase bíblica dice «dale un pescado a un hombre y lo alimentarás por un día. Enséñale a pescar y lo alimentarás por el resto de su vida «. Eso también es un ejemplo que ilustra lo que practican en el Cepín a través del desarrollo de los huertos familiares, entre las 35 comunidades atendidas que permite la siembra de tomates, auyama, granos, patilla o melón para el consumo del hogar y el excedente para la venta que garantiza un ingreso económico..

¿Quién es el prójimo?

En un ambiente inhóspito, poco acogedor y difícil donde la escasez de todo es el denominador común en las barriadas Etnia Guajira I, II y III y en otras del noroeste marabino, la fé y la esperanza nunca se agotan, porque el significado de ¿quién es el prójimo?, la Hermana Jeannette Makenga Nguahungu lo ve en en cada persona «que está delante de mi y a quien sirvo todos los días».

Dice que llegó a Maracaibo en 1.995 y vivió en el barrio Cujicito en compañía de otra religiosa española, Marina Gastón (+), quien era la directora del colegio arquidiocesano «Bicentenario del Natalicio del Libertador» en el barrio Zulia. «Ella», recuerda, «me dijo que podía trabajar allí mientras me acostumbraba, pero yo siempre le decía ¿dónde iba yo a trabajar?. Un día me dijo si te voy a llevar, te voy a llevar».

Lo que conoció la asustó

La alegría que le provocó la respuesta de la Hermana Marina Gastón la conmovió obviamente, porque venía a Maracaibo a trabajar por una comunidad indígena como le había revelado su superiora, Emma Lamorte, un año atrás cuando atravesaban el Océano Atlántico.

El impacto no la paralizó, pero la impresión la conmovió cuando llegaron al sitio donde lleva 30 años, al observar casas de lata, caminos de tierra, sin servicios públicos, nada más que miseria por cualquier lado era lo mas resaltante a la vista.

«Compramos la parcela con el Padre Jaime Kelly. Una casita de Inavi que estaba en el medio de la parcela y luego otra parcela que una señora de España nos donó 2000 euros con lo que se hizo este edificio –estructura– donde estamos. Luego conocí a una señora cuyo esposo era gerente de Chevron.

«Ella un día vino y encontró que los niños estaban comiendo en el suelo. Me preguntó ¿cómo podía ayudar?. Nos hizo otra estructura donde los niños pudieran oir sus clases sentados en pupitres. Otra estructura nos la construyó el ingeniero Carlos Alfredo Belloso».

Además, poco a poco el lugar iría tomando forma con la ayuda de empresas privadas, entre ellas, Mapfre y la Unicef, adscrita a la ONU. También frente a la sede del Cepín existe otra instalación dividida en cubículos donde existe un servicio psicológico gratuito para la comunidad, debido a la alta incidencia de casos de violencia familiar.

Dice que el mensaje de Cristo, –el mejor aliado de la humanidad–, es permanente en la educación de los menores y en la gente que trabaja allí, resaltando que cursillistas de Nuestra Señora de la Paz los apoyaron mucho en los inicios.

«Muy agradecida con esa gente de verdad quienes desde un principio colocaron su granito de arena. Celebrábamos en la capilla desde el año 2000 cuando la Arquidiocesis de Maracaibo cumplió cien años y la Gobernación donó diez capillas, una de ellas San José, construida en nuestra comunidad.

Una visión, un mensaje divino

Una anécdota a escasas semanas o días de su llegada a Maracaibo en 1.995, la Hermana Jeannette Makenga Nguahungu la comparte con el periodista, revelando que es costumbre en El Congo comer las hojas de algunas plantas no dañinas para el organismo.

Eso, la primera vez que lo hizo en la tierra de la que se siente parte, por ser una hija más, le permitió tener una visión clara como los rayos del sol que iluminaron su mente y le indicaron que estaba en el lugar correcto, donde su misión de vida era el camino que debía continuar en su destino pastoral.

«Íbamos en el carro y de repente ví en una parcela a una señora barriendo donde habían muchas plantas de auyama. Párate le dije a Marina que voy a pedirle hojas de auyama a esa señora. Entro a la parcela, saludo a la señora y cuando ella me ve se puso nerviosa. Llamó a su hija que estaba allí. La hija se acercó y ella le dijo ¿qué te dije esta mañana?. La hija me miró y le dijo, si mami.

«Le pregunté y le dije como iban las cosas y ella me respondió he soñado contigo esta noche. He soñado como has llegado y entraste y me dijistes que lleváramos a mi hija al hospital, porque si no se iba a morir. Me dijiste que venías de lejos y que ibas a trabajar aquí con nosotros. Entonces le dije que si venía de lejos de África

«Donde quedaba eso», me preguntó. «Si voy a quedarme aquí con ustedes para trabajar. Me dijo que las paisanas –mujeres guajiras– después que dejan de amamantar a los niños dicen que se ponen feos .Claro porque se desnutren. Ella me dijo de verdad que estoy barriendo para que este sueño se fuera. Allí mis miedos se esfumaron y de verdad que Dios, digo yo, usa cualquier cosa para que su misión llegue al final a realizarse.

Explica que esa conversación la recuerda como sucedió ese mismo día, cuando ingresó a la parcela tras la búsqueda de hojas de auyama, que fortaleció aún más su fe inagotable en Dios, quien permitió que su misión pastoral abriera corazones y puertas en muchos hogares de aquella comunidad de 30 años atrás, porque la señora guajira con quién dialogó sería el mejor contacto con el resto de aquella población wayuú, caracterizada por ser muy circunspecta y poco comunicativa.

Toda ayuda es bienvenida

La Hermana Jeannette Makenga Nguahungu ya muy habituada a la expresión coloquial venezolana, entiende claramente el refrán de que «a caballo regalado no se le mira el colmillo» por aquello que cualquier ayuda o aporte, grande o pequeño, es bienvenido en especies alimenticias, insumos de limpieza, vitaminas, cuadernos, lápices, libros, uniformes, tanques de agua —entregados a familias que desean abrir huertos– y cualquier donación que pueda hacer más grata la atención de los niños, niñas y jóvenes.

Cualquier persona, empresa, institución o particular que desee echarle una mano a ese esfuerzo que no depende del sector oficial, puede aportar cualquier ayuda en la sede del Cepín, ubicado en la avenida 107, número 51-105 del barrio Etnia Guajira I en la parroquia Venancio Pulgar.

Similar petición queda abierta para quienes dirigen los tres niveles de gobierno, vale decir, nacional, estadal y municipal. Es una oportunidad para apoyar un esfuerzo no gubernamental que en buena medida ha reemplazado la responsabilidad del Estado en la atención de éstas personas que también son venezolanas.

La alegría, el entusiasmo y la felicidad continúan siendo la mejor carta de presentación de la excelente experiencia que ha significado para los habitantes de esta zona de Maracaibo, la existencia del Centro de Protección Integral del Niño, Cepín, dirigido por un Ángel terrenal que vino desde el África y siempre llena de fe y optimismo no admite un «no es posible» o «no se puede» en su lucha permanente por lograr una mejor calidad de vida para los niños, niñas, jóvenes y la comunidad wayuú.

José Aranguibel