El camino hacia Belén se abre mirando al cielo. Una estrella guía a los Magos hasta esta pequeña ciudad de Judea. Allí les espera una gruta. En un pesebre está acostado un Niño.
La estrella
La estrella de Belén brilla en todo tiempo, para todo hombre. El Papa Pío XII, en su radiomensaje del 24 de diciembre de 1941, subrayó que esta estrella indica «la cuna del Redentor recién nacido» y «brilla en el cielo de la cristiandad».
Desde esta Roma, centro, roca y maestra del cristianismo, ciudad eterna en el tiempo más por Cristo que por los césares, Nos, movido por el deseo ardiente y vivísimo del bien de cada uno de los pueblos y de toda la humanidad, a todos dirigimos nuestra palabra, rogando y conjurando que no se retrase el día en que en todos los lugares donde la hostilidad contra Dios y su Cristo arrastra hoy a los hombres a su ruina temporal y eterna prevalezcan mayores conocimientos religiosos y nuevos ideales; el día en que sobre la cuna del nuevo ordenamiento de los pueblos resplandezca la estrella de Belén.
Belén
En la peregrinación, ambientada en el ritmo navideño, todo fluye hacia Belén. En el Ángelus del 20 de diciembre de 2009, el Papa Benedicto XVI recorre la historia de esta pequeña ciudad de Judea, testigo del gran acontecimiento del nacimiento de Jesús.
Mil años antes de Cristo, en Belén había nacido el gran rey David, al que las Escrituras concuerdan en presentar como antepasado del Mesías. El Evangelio de san Lucas narra que Jesús nació en Belén porque José, el esposo de María, siendo de la «casa de David», tuvo que dirigirse a esa aldea para el censo, y precisamente en esos días María dio a luz a Jesús (cf. Lc 2, 1-7). En efecto, la misma profecía de Miqueas prosigue aludiendo precisamente a un nacimiento misterioso: «Dios los abandonará -dice- hasta el tiempo en que la madre dé a luz. Entonces el resto de sus hermanos volverá a los hijos de Israel» (Mi 5, 2). Así pues, hay un designio divino que comprende y explica los tiempos y los lugares de la venida del Hijo de Dios al mundo.
Acogiendo a Jesús están los pastores. El Papa Francisco, en la Misa de la solemnidad de Navidad del 24 de diciembre de 2018, recuerda que los pastores «fueron sin demora».
Los pastores de Belén nos dicen también cómo ir al encuentro del Señor. Ellos velan por la noche: no duermen, sino que hacen lo que Jesús tantas veces nos pedirá: velar (cf. Mt 25,13; Mc 13,35; Lc 21,36). Permanecen vigilantes, esperan despiertos en la oscuridad, y Dios «los envolvió de claridad» (Lc 2,9). Esto vale también para nosotros. Nuestra vida puede ser una espera, que también en las noches de los problemas se confía al Señor y lo desea; entonces recibirá su luz. Pero también puede ser una pretensión, en la que cuentan solo las propias fuerzas y los propios medios; sin embargo, en este caso el corazón permanece cerrado a la luz de Dios.
La gruta
El lugar hacia el que converge el camino de los pastores y de los Magos es una gruta. El Papa Juan Pablo II, en su audiencia general del 23 de diciembre de 1992, subrayó que esta sencilla cavidad natural es el punto de convergencia donde se cruzan el amor de Dios y el destino del hombre.
En la gruta de Belén el cielo y la tierra se tocan, el infinito entra en el mundo, y a la humanidad se le abren de par en par las puertas de la eterna herencia divina. Con la presencia del «Dios con nosotros», incluso la más oscura noche del dolor, de la angustia y del desconcierto queda superada y vencida para siempre. El Verbo encarnado, el Emmanuel, el «Dios con nosotros», es la esperanza de toda criatura frágil, el sentido de toda la historia, el destino de todo el género humano.
El pesebre
El Niño nacido en Belén es envuelto en pañales y depositado en un pesebre. El Papa Pablo VI, en la Misa de Navidad del 25 de diciembre de 1969, se detiene en el misterio de la Encarnación, «una realidad que no tiene igual, nos asombra y nos exalta siempre».
Nacido del Espíritu Santo, el Verbo de Dios nació y fue un pobrecito Niño, envuelto inmediatamente en paños a causa del frío y de la dignidad de su humanidad. Y fue colocado en un pesebre donde comen los animales. ¿Podía aparecer en el mundo de una manera más pobre y miserable que la elegida?
La felicitación
El camino del tiempo de Navidad, que culmina con el nacimiento del Señor, es también un deseo que se renueva cada año para que cada hombre camine, en su propia vida, siguiendo los pasos del Hijo de Dios. El Papa Juan XXIII, en su radiomensaje del 22 de diciembre de 1960, dirige estas palabras, todavía actuales, «a los hombres esparcidos por el mundo:
Aceptad como augurio festivo este mensaje de Navidad, conforme os lo ofrecemos. Nuestro mensaje se inspira en la primera página del Evangelio de San Juan, en aquel prólogo que es la materia del sublime poema que canta el misterio y la realidad de la unión más íntima y sagrada entre el Verbo de Dios y la humanidad, entre el cielo y la tierra, entre el orden de la naturaleza y el de la gracia, cual resplandece y se transforma en triunfo espiritual desde el comienzo de los siglos hasta su consumación.
Que la Navidad de Jesús
Este itinerario a lo largo de la Navidad, que ha llegado a su fin, se entrelaza con otro itinerario marcado por las voces de los Pontífices: el del podcast de Vatican News – Radio Vaticano titulado «Papale papale» y centrado en este período en palabras profundamente «navideñas», como «espera», «fiesta», «pesebre».
«Si queremos que sea Navidad, la Navidad de Jesús y de la paz», subraya el Papa Francisco en su mensaje Urbi et Orbi del 25 de diciembre de 2022, «¡miremos a Belén y fijemos nuestra mirada en el rostro del Niño que nació por nosotros! Y en ese pequeño rostro inocente, reconozcamos el de los niños que anhelan la paz en todas las partes del mundo».
Información de: Nota de Prensa