Era una violenta supremacista blanca, pero un encuentro en prisión cambió su vida para siempre.
Angela King había ido a un bar sabiendo que habría problemas. La neonazi se dirigió al establecimiento en el sur de Florida con una banda de violentos skinheads.
King, de 23 años entonces, llevaba una pistola de 9 mm en la cintura de sus vaqueros. Igual que sus amigos calzaba botas de combate y tirantes de colores. Su piel estaba cubierta de tatuajes racistas.
«Tenía tatuajes en todo mi cuerpo. Tatuajes de vikingos en el pecho, una esvástica en el dedo del medio y un ‘Sieg Heil‘, que era el saludo de Hitler, dentro de mi labio inferior», cuenta King.
Ella y su grupo odiaban a los negros, a los judíos y eran homofóbicos. Además, uno de ellos era su novio. Así que King no se atrevía a admitir que secretamente era gay.
Cuando tomaban se volvían más ruidosos y agresivos.
«Paseábamos en el coche envalentonados y hablábamos sobre cómo sería una guerra de razas en Estados Unidos», dice.
«Decíamos que estaba bien lastimar a la gente que no era como nosotros y decidimos encontrar un lugar para robar».
Eligieron una tienda local, pero ridículamente, ésta cerró la puerta mientras ellos discutían sobre quién debía entrar a robar.
Eventualmente se dirigieron a un local de videos para adultos. Su razonamiento fue que «la pornografía no era beneficiosa para la raza blanca».
«Uno de los chicos entró y golpeó con una pistola al dependiente antes de llevarse el dinero de la caja registradora», cuenta King. El empleado era judío.
Confundida y resentida
King, la mayor de tres hijos, creció en una familia estricta y conservadora en el sur de Florida. Se educó en un costoso colegio bautista privado y asistía a misas en una iglesia católica cada semana.
Pero tenía un secreto que la hacía sentir confundida, enojada y resentida.
«Desde el principio sentí que era anormal porque estaba atraída a personas del mismo sexo», cuenta.
King mantuvo escondida su identidad sexual.
«Sabía que tenía que guardar el secreto. Mi madre solía decirme: ‘Nunca te dejaré de querer… a menos que traigas a la casa a una persona negra o a una mujer'».
King comenzó a ir a una escuela pública cuando tenía 10 años después de que su familia se mudara. Tenía problemas para mantener su peso y su autoconfianza, y sus compañeros la insultaban.
Después el acoso verbal se volvió físico y finalmente perdió el control.
«Cuando tenía 13 años una niña me abrió la camisa frente a toda la clase», cuenta.
«Tenía un sostén deportivo y me sentí totalmente humillada. Esto desató la ira y la rabia que había estado acumulando durante tanto tiempo».
King contraatacó y se dio cuenta de que la violencia y la agresión le daban un sentido de control que nunca había sentido antes.
Pronto se convirtió en la bravucona de la escuela y del barrio.
Sus padres se divorciaron. Ella y su hermana se quedaron con su mamá y su hermano fue a vivir con su padre.
Desesperada por pertenecer a algo, se unió a un grupo de adolescentes a los que les gustaba el rock punk y que comenzaban a experimentar con el neonazismo.
«Me uní a ellos porque aceptaron mi violencia y mi enojo sin cuestionarme», dice King.
Entonces pensó que había encontrado el camino correcto, porque muchas de sus opiniones reflejaban el racismo casual y los prejuicios que había escuchado en su casa.
Estaba orgullosa de su nueva identidad y la llevaba como «un manto» cada día.
Sus padres no objetaban sus creencias.
En su adolescencia King empezó a juntarse con skinheads de más edad y se unió a un grupo de extremistas blancos violentos.
«Me dijeron que los judíos habían sido dueños de barcos de esclavos y que habían traído a los negros a Estados Unidos para poner en peligro a la raza blanca».
«Suena ridículo pero cuando no estás educada o estás tratando de adaptarte, absorbes tu nueva realidad como una esponja».
King dejó la escuela a los 16 años y comenzó a trabajar en varios restaurantes de comida rápida. Su madre al final la echó de la casa por causar muchos problemas y solía dormir en coches o en los sofás de sus amigos.
Fue en esa época, en 1998, cuando se involucró en el robo de la tienda de videos para adultos.
Poco después huyó a Chicago con su novio que era buscado por otro crimen de odio. Semanas después ella fue arrestada y llevada al Centro Federal de Detención en Miami.
Era la primera vez que vivía tan cerca de personas de diferentes culturas y antecedentes.
«La gente sabía por qué estaba allí y me lanzaban miradas y comentarios amenazadores. Asumí que pasaría mi condena de espaldas al muro, peleándome», dice King.
Lo que no esperaba era hacer amistades, especialmente de una mujer negra.
«Estaba en la zona de recreo fumando cuando una jamaiquina me dijo: ‘Oye, ¿sabes jugar cribbage?'».
King no tenía idea de lo que era eso y le enseñaron a jugar.
Extraña amistad
Fue el comienzo de una extraña amistad y King encontró que su sistema de creencias racistas comenzaron a derrumbarse. Su círculo de amistades se amplió cuando empezaron a protegerla un grupo de mujeres jamaiquinas, algunas de las cuales habían sido condenadas por tratar de introducir drogas a Estados Unidos.
«Nunca antes había conocido a una persona negra, pero aquí estaban estas mujeres que me planteaban preguntas difíciles pero me trataban con compasión», cuenta.
Con su ayuda, King comenzó a hacerse responsable de sus acciones pasadas.
King fue sentenciada en 1999 a cinco años en prisión y llevada a la cárcel del condado para que pudiera dar evidencia contra un miembro de su antiguo grupo.
Cuando regresó al centro de detención descubrió que su círculo de amigas había sido trasladado a una prisión en Tallahassee.
«De pronto mi red de apoyo ya no existía», afirma. «Estaba desconsolada».
En la prisión había nuevas reclusas, entre ellas otra mujer jamaiquina que mostró aversión por King.
«Decían que ella había estado en pandillas violentas y que era muy agresiva. Un día me preguntó ‘¿Cómo te volviste así?’ Me detuve y le contesté lo más honestamente que pude».
Las dos mujeres comenzaron a hablar y se dieron cuenta de que aunque venían de mundos diferentes tenían experiencias similares.
Gradualmente formaron un vínculo. Se dieron cuenta con el tiempo de que sus sentimientos iban más allá de una amistad.
«Nos dimos cuenta de que nos habíamos enamorado. Nos preguntamos cómo había podido pasar eso».
«Pasábamos mucho tiempo juntas hablando y compartimos una celda por un tiempo. La relación era seria pero teníamos que mantenerla el secreto».
Para ambas mujeres era su primera relación gay. La novia de King fue enviada a la prisión en Tallahassee, algo que fue «como una tortura» para ella.
Y comenzaron a escribirse vía intermediarias. Pero la relación se apagó pocos meses después de que King fue transferida a la misma prisión.
Una vida nueva
Cuando King fue liberada en 2001 estaba decidida a no volver a sus viejos hábitos. También quería conocer a otras personas gay y comenzó a frecuentar las salas de chateo en internet.
«Era muy honesta sobre mi pasado. Encontré aceptación en la comunidad gay y me di cuenta de que no estaba sola».
King asistió a un colegio comunitario para estudiar sociología y psicología. Quería entender si su experiencia de extremismo era común.
Allí hizo contacto con el Centro del Holocausto local, y se sentó a conversar con una sobreviviente del holocausto en 2004 con quien compartió la historia de su vida.
«Ella era muy severa, pero después me miró a los ojos y me dijo: ‘Te perdono'», dice King.
Desde entonces King comenzó a hablar en público para el centro.
En 2011 fue a una conferencia internacional en donde conoció a otros ex extremistas.
«Estaba emocionada por conocer a otras personas que habían estado involucradas en extremismo violento y que se habían salido. No estaba sola», cuenta King.
Conoció a dos estadounidenses que habían fundado un blog llamado Life After Hate (Vida después del Odio), en el que compartían sus historias.
Acordaron trabajar juntos para crear una organización sin ánimo de lucro para ayudar a otros a salir de la comunidad de extrema derecha.
King era consciente de los obstáculos que enfrentaba la gente que quería salir de los grupos supremacistas blancos.
No es fácil
«No es algo en lo que puedes simplemente decir: ‘Cambié de opinión’. Hay serias y a menudo violentas repercusiones cuando tratas de alejarte de algo como eso», asegura.
Sin apoyo externo King no hubiera sido capaz de dejarlo. Ahora utiliza esa experiencia para ayudar a otros.
«La gente en grupos extremistas envuelve toda su identidad alrededor de éstos. Todo en su vida tiene que cambiar, desde la forma como piensan, la gente con quien se asocian… hasta qué hacer con los tatuajes permanentes».
La organización dirige un programa llamado Exit USA que organiza intervenciones. También ofrece asesoría y recursos para la gente que quiere dejar los grupos.
Un grupo de unos 60 ex extremistas ofrece apoyo a los demás. Los recientes eventos en Charlottesville, Virginia, han sido particularmente difíciles, dice.
«Estamos más ocupados que nunca y nos estamos quedando sin recursos», afirma.
En junio, el gobierno de Trump redujo el financiamiento que daba a Life After Hate, pero King dice que donaciones personas de todo el mundo están ayudando a cubrir el déficit.
Mientras tanto, Angela afirma que ha logrado un mejor lugar con su propia vida. La relación con sus padres ha mejorado y cree que ahora aceptan el hecho de que es gay, aunque asegura que eso «no le importa».
También ha comenzado a perdonarse a sí misma por sus pasados errores.
Y afirma: «Tengo mucha culpabilidad sana sobre quién fui y la forma como lastimé a otros y a mi misma. Pero sé que no hubiera sido capaz de hacer este trabajo si no hubiera tenido esas experiencias».
BBC