¿Cómo fueron los últimos días de Adolf Hitler?

«Desde el cuartel general se informa que nuestro Führer, Adolf Hitler, luchando hasta el último aliento contra el bolchevismo, cayó por Alemania esta tarde».

Cerca de las 10:30 de la noche del 1 mayo de 1945, Radio de Hamburgo interrumpió las notas de la Séptima sinfonía de Anton Bruckner para emitir este mensaje.

El anuncio de la muerte de quien «se había convertido ante los ojos de prácticamente todo el mundo en la encarnación del mal absoluto», según el diario londinense The Times, rápidamente corrió por el mundo.

«Interrumpimos nuestra programación para traerles una noticia: la radio alemana acaba de anunciar que Hitler ha muerto. Repetiré esto: la radio alemana acaba de anunciar que Hitler ha muerto», transmitió minutos después la BBC.

Con el paso del tiempo se descubrió que la versión nazi no era cierta y que el responsable del estallido de la Segunda Guerra Mundial no falleció el 1 de mayo, sino un día antes. Y que tampoco cayó en combate como un valiente líder militar, sino que se pegó un tiro en su refugio subterráneo.

Ocho décadas después, los mitos siguen rodeando las circunstancias en las que se produjo la muerte de quien es considerado el autor intelectual del asesinato de 6 millones de judíos europeos.

Con la ayuda de documentos históricos y de tres expertos, BBC Mundo reconstruyó los últimos días del dictador que quiso levantar un imperio que duraría 1.000 años.

En retirada permanente

Para 1944, la suerte de la Alemania nazi estaba echada. La invasión aliada de Normandía (Francia), en el oeste; la liberación de Roma (Italia), en el sur; y el avance soviético por el este indicaban que la derrota era solo cuestión de tiempo.

Sin embargo, Hitler no mostraba disposición a rendirse.

«El 21 de noviembre de 1944, abandonó la Guarida del Lobo (en la actual Polonia) y tomó el tren para dirigirse al oeste a su cuartel de Adlerhorst (cerca de la frontera con Bélgica y Luxemburgo), desde donde lideró la ofensiva de las Ardenas», declaró a BBC Mundo el historiador alemán Harald Sandner.

Tras el fracaso de la operación, considerada por los historiadores como la última gran jugada militar de los nazis, Hitler volvió a Berlín el 16 de enero de 1945. Así lo aseguró con precisión quirúrgica Sandner, quien pasó dos décadas investigando el tema para su obra El Itinerario, la cual es calificada como la cronología más completa de los viajes que el dictador alemán hizo a lo largo de su vida.

«Salvo una visita al frente el 3 de marzo, Hitler no abandonó la capital hasta su muerte», apuntó.

No obstante, a medida que los bombardeos aliados sobre Berlín se hacían más frecuentes, Hitler empezó a pasar más tiempo en el búnker que había debajo de la Cancillería, la inmensa y opulenta residencia que una década antes se mandó construir en la capital.

«A partir del 24 de enero, durmió siempre en el refugio», agregó Sandner.

Para principios de abril, el líder nazi casi ni salía a la superficie, pues para ese momento las tropas soviéticas, las cuales estaban a decenas de kilómetros al este de la ciudad, iniciaron un feroz ataque de artillería, aseguró a BBC Mundo el historiador británico Thomas Weber.

«Hitler permaneció casi toda su última semana de vida en el búnker, apenas salió el 20 de abril, el día de su cumpleaños, para recibir a unos invitados en la Cancillería y luego el día 23, cuando salió brevemente a dar un paseo por el jardín y allí le tomaron sus últimas fotos», dijo el profesor de la Universidad de Aberdeen (Reino Unido) e investigador de Stanford (Estados Unidos).

Distintos documentos e investigaciones coinciden en que, además del líder nazi, en el refugio subterráneo estaba su círculo más cercano.

Su amante, Eva Braun; el secretario del partido, Martin Bormann; el ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, y su familia; algunos asesores militares, sus secretarias y guardaespaldas conformaban ese grupo.

Una tumba fría y hacinada

El Führerbunker, como se conocía a la instalación secreta, era una enorme estructura de 30 salas y habitaciones que estaba varios metros debajo de la residencia oficial de Hitler. A diferencia de la Cancillería, carecía de decoración y apenas tenía muebles.

Sus muros y techos, de cuatro metros de espesor, lo hacían resistente a las bombas aliadas, mientras que el moderno sistema de ventilación y de generación de energía eléctrica garantizaban su habitabilidad.

Sin embargo, no todo eran comodidades. «Las descripciones que tenemos nos hablan de que era un lugar confinado, frío, húmedo, ruidoso y maloliente, debido a los generadores que mantenían las luces encendidas y el aire circulando», explicó a BBC Mundo la historiadora británica Caroline Sharples.

«Quienes estuvieron allí aseguraron que tenían una sensación de claustrofobia, de estar amontonados. Además, no tenían sentido del tiempo, debido a que la luz artificial funcionaba permanentemente», agregó la profesora de la Universidad de Roehampton (Reino Unido).

A estas incomodidades habría que sumarle que las noticias que llegaban desde el frente no eran buenas.

«El ambiente era deprimente, porque todos sabían que la guerra estaba perdida», agregó Sandner.

No obstante, la rutina de Hitler apenas se alteró.

«Dormía hasta muy tarde, hasta después del mediodía. Participaba en reuniones informativas con sus generales dos veces al día. Luego tomaba el té y le dedicaba monólogos a sus secretarias hasta la madrugada», aseguró el autor de El Itinerario.

Entre contraofensivas y complots

El día después de su 56º cumpleaños, el 21 de abril, Hitler ordenó a tres generales lanzar una contraofensiva para romper el cerco que los soviéticos habían tendido sobre la capital alemana.

Sin embargo, nadie se atrevió a decirle que las divisiones que veía en el mapa en realidad eran puñados de hombres sin tanques ni artillería.

Un día después, al enterarse de que los soldados del Ejército Rojo entraron a la ciudad y de que el contraataque que ordenó no dio resultado, el dictador estalló contra sus generales y admitió, por primera vez en voz alta, que la guerra estaba perdida.

«No puedo seguir. Mi sucesor se encargará», habría dicho. Este momento fue recreado en la película alemana Downfall (La caída en América Latina o El hundimiento en España), «con bastante precisión», afirmó Sandner.

Pese a este reconocimiento, Hitler ignoró a Albert Speer, su ministro de Armamento y arquitecto consentido, quien el día 23 lo visitó en el refugio y le urgió a huir a los Alpes.

La supuesta renuncia del líder nazi llegó a oídos del mariscal Hermann Goering, jefe de la Luftwaffe (Fuerza Aérea nazi), y a quien él había designado como sucesor en el pasado, en sendos decretos fechados en 1939 y 1941.

Goering, quien estaba refugiado en Baviera, le envió un telegrama a Hitler pidiéndole permiso para relevarlo, una jugada que este vio como una traición.

«Hitler se enfureció muchísimo y le ordenó a Goering que renunciara a todos sus cargos y propiedades porque, de lo contrario, sería ejecutado por traición», precisó Sharples.

Pero esta no fue la única traición. El día 28, Hitler fue informado que Heinrich Himmler, líder de las temidas SS, había conversado con diplomáticos suecos, a los que les pidió facilitar negociaciones con los estadounidenses y británicos.

«Todos me han mentido, todos me han engañado, nadie me ha dicho la verdad. Las Fuerzas Armadas me han mentido y ahora las SS me han abandonado», habría dicho el dictador, según un reporte de Guy Liddell, exjefe de la división de contraespionaje británica durante la Segunda Guerra Mundial.

La última oportunidad

A medida que las tropas rusas avanzaban hacia el distrito gubernamental, Hitler anunció a sus más cercanos que no dejaría la ciudad y que se quitaría la vida.

Sin embargo, casi hasta el final tuvo opciones para escapar. Entre el 26 y 27 de abril, la aviadora nazi Hanna Reistch logró la proeza de aterrizar un avión cerca de la Cancillería.

«Podía haber huido en el avión con Reitsch e incluso antes, pero deliberadamente no lo hizo, porque creía que, como jefe de Estado, debía luchar todo lo posible en la capital. Nunca le importó su propia vida», aseguró Sandner.

La noticia de que su aliado, el dictador italiano Benito Mussolini, y su amante, Clara Petacci, fueron asesinados el 28 de abril por partisanos y de que sus cuerpos fueron colgados de cabeza en una plaza en Milán reforzó la decisión del líder nazi, cuyo estado mental y físico venía en franco declive.

«Sabemos que, a medida que la situación militar se deterioraba, Hitler se desanimaba cada vez más», dijo Sharples, quien citó que el testimonio del guardaespaldas del dictador, Johann Rattenhuber.

«Hitler estaba literalmente destrozado. Su rostro era una máscara de miedo y confusión, con la mirada perdida de un maniático y una voz casi inaudible», declaró el exagente.

Los expertos consultados atribuyen el deterioro físico y mental del dictador no solo a los reveses en el campo de batalla, sino también a los cócteles de drogas que recibió durante años y a que padecía Parkinson.

En otra acción inesperada, el día 29 el dictador se casó con Braun, pero en lugar de celebrar, comenzó a despedirse de quienes estaban en el búnker y luego dictó su testamento político a su secretaria, Gertrud Junge.

Según Weber, «al final él oscilaba entre la idea de que la guerra estaba perdida, pero que aún había una posible solución mágica».

«Hitler creía que las tropas británicas y estadounidenses no tendrían las agallas para librar una guerra urbana con tácticas de insurgencia, la cual sería liderada por combatientes nazis altamente fanatizados», agregó el historiador.

Sin embargo, este escenario no ocurrió.

«El pueblo alemán no ha luchado heroicamente y, por ello, merece perecer. No soy yo quien ha perdido la guerra, sino el pueblo alemán», habría declarado el dictador, según la investigación de Liddell.

El origen de las especulaciones

Pero Hitler no solo decidió quitarse la vida, sino que ordenó que sus restos fueran destruidos.

«Mi esposa y yo elegimos la muerte para evitar la vergüenza de la destitución o la capitulación. Nuestros cuerpos deben ser quemados inmediatamente», se lee en su testamento.

Alrededor de las 3:30 de la tarde del 30 de abril, el dictador y Braun entraron en una sala. Ella tomó una capsula de cianuro y él se pegó un tiro en la cabeza.

A los minutos sus guardaespaldas ingresaron a la habitación y sacaron ambos cadáveres cubiertos, los subieron a los jardines y los echaron en un agujero que habían cavado. Acto seguido, los rociaron con combustible y les lanzaron un fósforo para quemarlos, como había sido el deseo de su líder.

«Hitler estaba muy preocupado por lo que le sucedería si los rusos lo capturaban vivo o si encontraban su cuerpo. Temía ser exhibido en Moscú», agregó Weber.

Pero además, el experto cree que hay otras razones que explican las decisiones del líder nazi.

«Desde principios de la década de 1920, Hitler había creado una figura pública, una versión ficticia de él que era casi un mesías todopoderoso y quería que eso fuera lo que sobreviviera», explicó.

El dictador logró parcialmente su objetivo, porque pese a la abundante evidencia histórica sobre su muerte, durante décadas han circulado versiones que aseguran que sobrevivió y que logró huir a Sudamérica.

Estas teorías conspirativas fueron impulsadas por los soviéticos. «(José) Stalin jugó con los aliados occidentales, al sembrar dudas sobre la muerte de Hitler, pese a que los rusos tenían su cuerpo desde mayo de 1945», agregó Sandner.

Para Weber las tesis que aseguran que Hitler salió con vida del búnker van en contra de la personalidad megalomaníaca del líder nazi.

«Desde la perspectiva de Hitler, no tenía sentido vivir un día más fuera del poder y en aislamiento», afirmó el historiador.

Y agregó: «Hitler necesitaba la apreciación no solo del público, sino también de quienes lo rodeaban. Era un hombre que ansiaba contacto social y el reconocimiento. Es inimaginable que una persona así quisiera vivir escondido en una zona rural de Argentina».

Información de: BBC